miércoles, 20 de octubre de 2010

Odisea en la inem, parte I

Llevaba ya más de dos meses en mi desesperante vida actual donde el único sentimiento que podía experimentar era el de impotencia, justamente por el hecho de no poder cambiar ni un ápice los acontecimientos. Mi tediosa rutina se me antojaba cada vez más insoportable, con la certeza de que mi búsqueda de empleo no daría  frutos en mucho tiempo, agoté uno de mis últimos recursos: la visita a la INEM. Un pequeño apunte, no era mi intención inscribirme para conseguir mi objetivo, sino para formar parte de esa gran masa de parados y agudizar aún más la impresión de crisis (sea dicho de paso para algunos inexistente e incluso beneficiosa ). Además, pensé en la posibilidad de acceder a algún cursillo de formación que es como ese caramelito que le damos a un niño llorica  para que se calle de una vez. Fui a buscar a mi mejor amigo, el cual  representa la verdadera y típica esencia de un nini. Se había pasado un año entero sentado enfrente de su ordenador jugando al Wow y, en mi opinión, ya era hora de que espabilase. Aparcamos en un descampado próximo a la riera, a unos 15 minutos de la oficina, puesto que no me daba la gana de volver a estacionar en zona azul y desprenderme así de mis últimos y escasos recursos. Crucé los dedos para que nuestra espera no fuese demasiado larga, pero mi suerte no quería darme tregua y desgraciadamente una larga fila de personas daba la vuelta a la manzana. Estuvimos más de 45 minutos en la calle sin avanzar apenas cuando la rabia, la indignación y la ira se apoderaron de mí. La paciencia no puede incluirse en mi lista de virtudes, así que todos los pensamientos que me corroían por dentro y que yo había querido ignorar a toda costa salieron a la luz. Recordé con gran nostalgia y amargura la sensación de estrés antes de mi último examen, la ilusión al empezar las  prácticas, las horas del patio donde los niños se acercaban a mí para hablarme de sus fantasías, a mi  profesor de historia  que me enseñó que aún hay personas con ideales,el día de la fiesta de graduación, el papeleo para apuntarme a listas que tantos dolores de cabeza me había dado y...el fin de mi sueño. Esa verdad que no podía soportar retumbaba en mi cabeza gritando que probable mente nunca llegaría a ser profesora.
Mi amigo debió advertir el hilo de mis pensamientos o quizás fue mi expresión de angustia la que me delató,  el caso fue que  me convenció para saltarnos la cola y acudir directa mente al tablón de anuncios. La lista de cursos no era muy atractiva a mi parecer y para  colmo el único que me interesaba no empezaba  hasta mediados de mayo. Un amable anciano debía estar escuchando nuestra conversación ya que...
*CONTINUARÁ*

miércoles, 6 de octubre de 2010

La entrevista

...Fui acercándome con renovadas ilusiones y... las esperanzas se derrumbaron...

Me encontraba delante de una nave industrial de tamaño considerable cuando observé a un grupo de unas 20 personas tomando cafés en la puerta del almacén. La escena me llamó la atención y decidí investigar y acercarme sigilosamente. Los hombres del grupo llevaban traje con americana y corbata - Por dios que no sean comerciales- pensé en mi fuero interno, pero mis sospechas se confirmaron al oír a una señora hablando por teléfono y diciendo que estaban en el descanso del curso. Con eso ya pude atar cabos antes de siquiera pisar la recepción, mi primer impulso hubiese sido salir corriendo de allí (desafortunadamente estaba ya dentro de aquel círculo humano y no podía escabullirme sin más). Y siendo sincera, había recorrido una larga carrera de obstáculos para encontrar aquel dichoso sitio así que lo mínimo era ver que podían ofrecer. 
Entré en la recepción y le dije a una chica con cara de pocos amigos que practica mente ni me miró que venía para la entrevista. Hizo un leve gesto con la cabeza y estuve sentada allí más de 20 minutos sin la menor presencia de mi entrevistador. Al fin, un hombre de mediana edad con un traje negro, mucha gomina y una sonrisa tan falsa como sus zapatos de serpiente (que por cierto chaval hace ya un siglo que pasaron de moda), me preguntó con su también falsa amabilidad si me habían atendido. Ese individuo no me dio buena espina porque me miraba "demasiado" y me hacía sentir incómoda. Me limité a decirle que aún esperaba para el tema de la entrevista y me contestó que él se ocupaba de llamar al responsable, no sin antes dedicarme otra de sus miraditas perversas. 
En dos minutos bajó otro personaje trajeado y me hizo pasar a una sala llena de otras inocentes como yo. Nos entregó un formulario para rellenar con los típicos datos personales, académicos, etc. Maldita sea, como odio esos formularios,  ¿para qué narices nos hacen rellenar algo que ya tienen de antemano en el currículum? Supongo que les gusta que perdamos el tiempo o creerse más importantes. Cuando llegó mi turno, el señor en cuestión me explicó en que consistía el  empleo, el irrisorio sueldo que violaba los perdidos derechos del trabajador y los turnos que podía elegir. Yo hasta ese momento aún conservaba la esperanza de que no se tratase de otra estafa comercial, donde debías vender un producto innecesario a tus víctimas, tu salario se basaba en las comisiones y en efecto, si no vendías, te mandaban a la puñetera calle. Otra vez, gracias a mi "buena" suerte así fue, otro trabajo de comercial con contrato mercantil que olía a estafa. 
Llegó mi turno de hablar y sabía perfecta mente lo que tenía que hacer. Respondí a sus preguntas de la peor manera que pude, tanto en las formas como en el contenido para asegurarme que esa gentuza (con perdón) no volvería a llamarme. 
Eso sí, los entrevistadores diplomáticos y políticamente correctos se saben su teatro de memoria y el mio no fue una excepción, así que se despidió con un apretón de manos y soltando la típica frase de:
“Ya te llamaremos"
(Ahora puedo decir con toda certeza que esa frase entrara en el topten de las frases odiadas).